sábado, 15 de agosto de 2009

Mixeando instantes

Madrugada del sábado, en pocas horas marcho a Ramos (La Cacerola) para el proyecto de radio. Cansada. Con sueño. Luego de una tarde en la que me dediqué a pintar.
A escuchar música y leer.
Defiendo al lazy de mi Zar, no quiero que se quede solito afuera. Está contento.
Me doy cuenta que la vida es pura banalidad. Lo sbía. Pero cada día que pasa más me doy cuenta de ese hecho tan específico y tn general.
Creo que puedo llegar a saber escribir. Sin embargo, cada vez que leo más me sumerjo en mundo de los que soy incapaz de crear. No hblo de grandes de la literatura sino de los más mínimos literatos de áquellos universos no conocidos por el público mayor.
Quiero creer que sé escribir pra poder aferrarme a algo. Esa incapacidad me sumerge en situaciones inentendibles irrealizables. Los movimientos y sonidos no dejan pensar mi mente. Todo es sonido. Todo es movimiento. Las palabras fluyen. Como siempre. Cada vez tienen menos sentido porque me estoy dando cuenta, con el tiempo lento, de todo lo que soy incapaz de realizar.
Sueños, membretes, días y utopías.
Quisiera quimeras, que vislumbran una pequeña posibilidad. Aunque son utopías. Como la vida simulada ser vivida. Como la vida inflexible y quebrantable.
En este momento, se cruzó por mi cabeza esa pesadilla que tanto temor me daba, que hacía que me despierte asustada y con lágrimas en los ojos.
Todo sucedía en una fábrica de carteras, no sé por qué eran carteras de cocodrilo específicamente. Estaba con mi hermana en el centro de un gran salón con sus paredes cubiertas de enormes estantes en los que estaban guardadas esas carteras. Como todos los sueños, éste tiene muchas situaciones inexplicbles. De un instante a otro, todos los estantes comienzan a caer, desde el último que está arriba de toda se van desmoronando y caen las carteras y los estantes. Nosostras seguimos en el medio del salón. Sin un anuncio de temporalidad o cambio de escenario, estamos ambas, junto a mi madre, atrapadas en escaleras de las que no podemos escapar. Mejor dicho, mi madre sí escapa, sube las escalera y nosotras quedamos intentando sin éxito poder subir. Esas escaleras siempre se asemejaron l paso a nivel de la estación de el Jagüel y a una estación de subte. No sé por qué. Algo de mi infancia habrá pasado allí y no lo recuerdo.
Luego, agitada por la desesperación de querer escapar de esas escaleras que, además de no dejarnos subir, se van hundiendo en el suelo tal escaleras mecánicas a un lugr más abajo del piso... Me despierto... Pienso en el sueño y no encuentro explicación
.


Bueno, unos minutos para tratar de describir la única pesadilla recurrente hasta ahora de mi vida. Hace dos años me mandaron al psicólogo, tendría que haberle hecho caso a las doctora e ir. Además me hubiese dado Clona, por ahí me servía para adormecerme más.

¡Salud!

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